lunes, 22 de abril de 2019

Cuentos y Mitos

 EL SACRIFICIO EN EL CERRO QHAPIYA

Qhapiya es un cerro hermoso, se encuentra entre Pomata, Yunguyo y Zepita, los relatos sobre este cerro hacen tener miedo a los pobladores, estos relatos se encuentran entre la fantasía y la realidad , los comuneros que viven por esta zona, en ciertas fechas del año realizan misas acompañados de sahumerios de inciencio, Aotus de coca mezclado con unta de llama, kowa, llevan dulces y beben licor , esto es realizado por el yatiri y su yanatiri que es su asistente.
Las personas o comuneros que desean ser ricos de la noche a la mañana contratan al Yatiri para que ofrezca al cerro Kapía sangre humana y ha cambio el cerro les da por medio de los Yatiris , camiones, camionetas , ganado asciendas, dinero, etc. según a la cantidad de personas que ofrezcan los yatiris, a estos personas son muy difícil de ubicarlos pues los persiguen la policía los yatiris son ancianos muy viejitos y quien quiere que le haga este trabajo maléfico y satánico deberá pasar por distintas pruebas que los yatiris le pondrán.
Las personas comentan que los comuneros que tienen carros, bastante ganado, etc; es por que recurrieron al yatiri para enriquecerse.
KARI KARI O CONDENADO, EL MIEDO TIENE PARA ELEGIR

Los seres maléficos que pueblan el imaginario andino son muchos. Basta mencionar uno para que viejos y jóvenes saquen a relucir los temores acunados por los padres a modo de moraleja.
La oscuridad de la noche —mejor si llueve— es propicia para que los abuelos desempolven a los personajes de horror nacidos en tenebrosas noches andinas. El origen de muchos trasciende generaciones: se pierde en el mundo prehispánico o se moraliza con lo católico.
Las entidades maléficas, como las llaman los estudiosos de la cosmovisin andina y Folklore, no son malos en el mundo andino. Son los habitantes del Mankapacha (el mundo de abajo), con cualidades duales. El catolicismo las despojó de su rostro benéfico ligándolas con lo diabólico.
El tema se investigó poco, dice Eyzaguirre. Él recogió datos que dan pauta del complejo mundo de esos seres que asustan aquí y allá y que —como observó este diario— son parte de una memoria colectiva. Memoria no sólo de campesinos sino de citadinos, incluso de los jóvenes.
La gama reunida por Eyzaguirre está encabezada por el Anchanchu, un ser que chupa la sangre del corazón o de los labios de la gente. Se lo representa como un viejo o jorobado o gordo, con pelos en las plantas de los pies. Suele estar cerca de los sitios arqueológicos. En otros lugares asume la forma de un animal. Como el Kari Kari o Karisiri —que saca la grasa de las personas—, tiene que ver con esos habitantes del Mankapacha que se roban el alma o ajayu. "En el campo, se cree que la gente tiene hasta 10 almas, otros dicen que las mujeres tienen siete y los varones tres. Siendo tantas son robables, hasta que se llega a la última y entonces hay muerte".
También están los japiñoños o especie de duendes disfrazados de mujeres bellas para seducir a los hombres. Éstas tienen relación con las sirenas o llallaguas "que suelen perseguir a los kusillos, símbolos de la fertilidad, para seducirlos. Si los atrapan, los matan", dicen las creencias y mitos.
Muy frecuentes, en otra categoría de espanto, son las cabezas volantes. "Pertenecen a gente asesinada. Por la noche buscan de sus victimarios y muerden. Si el día las sorprende se esconden en el cuerpo de los animales".
La siguiente es una relación recogida de vecinos del país.


KARISIRI

El identikit de este personaje es difícil, pues las versiones sobre su aspecto son variadas y contradictorias, mencionan que se transforma en perro o en burro. En lo que la gente coincide es en su figura humana solitaria, en su rostro escondido y en que anda por ahí robando grasa del cuerpo humano.
Para atacar, antes usaba un cuchillo y era tan hábil que dejaba una fina cicatriz a la altura del abdomen. La víctima caía enferma y, de no encontrarse el origen de su debilidad, llegaba a morir. Hoy se sigue temiendo al Kari Kari. Se afirma que trabaja en los autobuses, aprovechando a los trasnochados que se quedan dormidos. Con una jeringa extrae la preciada grasa.
El tratamiento salvador consiste, se cree en el área rural, en reemplazar la grasa con la de una oveja negra. También hay versiones sobre que el Karisiri son varias personas: familiares de una víctima que buscan a otra para reemplazar lo robado.
El sueño de quienes ataca el Karisiri no es normal. Éste lo provoca soplando un polvo que está hecho de huesos de muerto.
Sobre el destino de la grasa humana no hay seguridad. Unos dicen que se usa para hacer perfumes, otros sostienen que el atacante es un monje que usa el producto en extraños ritos. Los incrédulos se burlan comentando que es un tratamiento de liposucción gratuito.

LOS MÚSICOS Y EL ENCANTO.

Para una fiesta de matrimonio, una familia había contratado una banda de músicos. Ésta  tenia un contrato para todo el día , pero cuando llegó la noche, los músicos ya estaban borrachos, es que habia tomado mucha cerveza, pero como estaban borrachos ya no les importaba nada. ....

LARI LARI

Un zapateo en los techos y un rugido extraño alertan a la gente sobre la presencia del Lari Lari. Si nadie se manifiesta, el bicho —que se describe como un gato negro de espantoso rostro— entra en la casa buscando a un bebé sólo o a un enfermo. De su maldad se sabe, porque en el cuerpo sin vida de la víctima hay huellas de latigazos —"golpea con la cola"— y se dice que se robó el corazón. Los mineros lo ahuyentan detonando dinamita o petardos. Algunos le echan orines o carburo, pues el maléfico ser es muy sensible a los malos olores.
En la casa de los pobladores siempre hay una caja de cohetillos para estas emergencias. Y las madres no dejan solo al niño chico. Si no hay remedio, colocan en la cabecera de su cama un cuchillo, una tijera o un chicote.
En el área rural, especialmente en Yunguyo, los comunarios acostumbran colocar las astas del toro en el techo de sus casas, pues el Lari Lari tiene miedo a encontrarse con este animal. Por eso prefiere los techos para andar.
Cuentan que en el pueblo de Ollaraya, de la provincia de Yunguyo, el personaje llegó en una noche oscura buscando a su víctima, un niño que no había sido bautizado. Al saltar de un techo a otro se incrustó en el cuerno de un toro tirado en un techo. Los comunarios, al escuchar los rugidos, salieron con palos y antorchas para matarlo, pero el Lari Lari empezó a llorar como un bebé. La dubitación de los campesinos fue aprovechada por el personaje para escapar. La comunidad optó entonces por colocar astas en todos los techos y, dicen, que desde esa vez el atacante no volvió.

CONDENADOS
Son muertos que no pueden descansar y que vagan entre los vivos. Estos seres son muchos y tienen distintas historias. En general, son personas que en vida traicionaron o fueron traicionadas, que murieron trágica e injustamente o que empeñaron su palabra y no llegaron a honrarla.
La radio y la prensa explotaron alguna vez, y con gran éxito, a los condenados. Una estación en idioma aymara mantuvo en vilo a los escuchas, en la década de los 60, con la radionovela que se llamó El condenado del cementerio. Y la revista sensacionalista Alarma elevó a categoría de noticia la historia de La cholita condenada que la gente de Yunguyo reportó incluso haber visto en los pueblos.
Una de las historias habla de dos enamorados: Margarita y Tomás. Ella trabajaba en la ciudad y él llegaba cada domingo del campo para visitarla. Ambos se prometieron matrimonio, pero de pronto él faltó a las citas y ella, luego de llorar, le maldijo. Pasados unos meses, una noche alguien parecido a Tomás se acercó a Margarita pero no la miró. Sólo le dijo "Devuélveme mi palabra". Ella viajó al pueblo para averiguar qué pasaba y allí se enteró de que él había muerto atropellado varios domingos atrás. Asustada, acudió a la iglesia y el cura le aconsejó que si él volvía, le citara en el templo y que llevara una flor y un pañuelo blancos. Así ocurrió. Al acercársele el condenado, ella le entregó los objetos diciéndole: "Te devuelvo tu promesa". Entonces la figura se metió bajo tierra con un suspiro.
DUENDE
Es otro de los personajes que tiene distintas historias. Uniendo versiones se puede decir que es un hombrecillo de escasa estatura cubierto por un enorme sombrero. Su presencia es común en todo el territorio.
La misión del Duende es robarse a los niños —algunos añaden que sólo a los no bautizados. En el oriente dicen que a los más bonitos—. Los padres deben escuchar a sus hijos cuando éstos hablan de amiguitos inexistentes. Hay adultos que reportan haberlo visto: su mirada intensa, desde profundos y rojos ojos, paraliza al más osado.
Los niños salvados de sus garras no son normales, se advierte, pues "se vuelven loquitos" y tienen la mirada extraviada.
En Pando se dice que los hombrecillos llevan a los pequeños agraciados a la selva. En Santa Cruz se lo imagina desnudo bajo su gran sombrero. Su presencia se advierte cuando el pelo de los caballos aparece trenzado.
 ALMA EN PENA
"En la noche no hay que caminar callado", se recomienda. De lo contrario se corre el riesgo de chocar con un alma. Los vivos se dan cuenta porque sangran por la nariz. Otros han muerto y entonces el alma llora: "Debías cantar, debías silbar. Ahora, por tu culpa, voy a seguir penando".
Otro tipo de alma en pena es aquella que pide ayuda a los vivos. Una historia grafica esto: Un hacendado del valle viajaba en su caballo y vio una figura bajo un árbol. Se alarmó cuando su caballo se negó a avanzar y el perro se agazapó asustado. Al llegar a la casa pidió a sus jóvenes hijos que le acompañen. La abuela les enseñó la siguiente fórmula para comunicarse: "Si eres alma de este mundo, te perdono; si eres del otro mundo, que Dios te perdone". La respuesta del espectro fue señalar a lo alto del árbol. Venciendo el miedo, uno de los hijos subió y encontró un nido hecho de cabellos. Sólo cuando lo quemaron, el alma se marchó. Por eso, en el campo no se dispersa el pelo, pues en él está una parte de cada ser.
EL FÉRETRO
Salir de casa un martes o viernes, pasadas las doce de la noche, puede ser peligroso, sobre todo cerca de unos cementerios muy antiguos. Cuentan que en los años de auge de la explotación de la plata llegó a Puno una familia española —los esposos y una niña de cinco años—.
Ellos se trasladaron al centro minero de Laycacota para acumular riqueza. Al año de su estadía, la niña enfermó de sarampión y murió. Los padres la enterraron en el lugar y regresaron a su país. A las dos semanas de su partida, los mineros, que trabajaban por la noche, vieron un féretro en llamas. Éste llegó hasta la estación de trenes y antes del amanecer regresó al cementerio.
El tren que iba a La Paz pasaba los martes y viernes y esos días los mineros o sus esposas evitaban salir a la calle. Aquellos que lo hacían, morían, y a las dos semanas eran parte de la caravana del féretro en llamas.
VIUDA
Durante todos los días de carnaval se pasea la viuda. Es una persona como cualquiera hasta que alguien se atreve a levantar su velo. Detrás de la voz sensual, figura esbelta y el negro velo se encuentra la cara deforme y cadavérica. Dicen que en cada ebrio que halla busca al esposo infiel que la abandonó y murió con una amante.
Se presenta por las noches en las fiestas y, luego de seducir a su víctima, la lleva a un paraje alejado y luego desaparece. A las pocas horas, el hombre es hallado bañado en sangre y, si no se llama su ánimo o ajayu y se quema la ropa que él vestía, muere.
EL CONDENADO
 (Contada por Corina Ortega, migrante de Llallagua).
"El esposo de María, un hombre de vida disipada, había muerto, dejándola a ella y a sus hijos en la miseria. Ella lloraba y no iba a visitar la tumba que estaba lejos del campamento. Un día, los vecinos le dijeron que alguien parecido a su esposo, pero con la cabeza inclinada y la voz ronca, la buscaba. Ella se asustó y pidió consejo. Le dijeron que seguro él se había condenado. Por si acaso, le recomendaron que lleve siempre un espejo, un jabón y una sajraña (peine vegetal). Cierto día, cuando ella caminaba sola, sintió que la llamaban. Se dio vuelta y vio una figura que parecía su esposo. Comenzó a correr y él la seguía. Entonces arrojó el espejo y el condenado se perdió en un mar helado y ella escapó. Otro día, el jabón, que se convirtió en un pantano, la salvó. La tercera vez, la sajraña se volvió un bosque de espinas. El pobrecito condenado, hecho un desastre, persistió. Así que María acudió al cura y éste le aconsejó que se rodee de niños, pues a ellos no se acerca un condenado, son angelitos. Así lo hizo ella. Pero, el hombre la buscó y de lejos le habló lastimeramente: "No te voy a hacer daño, ven". Ella, muerta de miedo, aceptó y siguió al condenado hasta un rincón del patio. Él le señaló un punto donde ella comenzó a cavar. Encontró un cofre con dinero y joyas. Sólo entonces el esposo cayó y se volvió polvo.

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